La noción de software libre se formalizó a inicios de los años 80. Hoy, este movimiento iniciado por algunos investigadores se ha convertido en un fenómeno social. Millones de usuarios (particulares, asociaciones y ONG, empresas, colectivos y administraciones...) ejercen a diario las cuatro libertades asociadas al software libre: utilizar, estudiar, modificar, copiar/redistribuir.
Un reto social
Debido a que se desarrolla de manera abierta, está libre de trampas comerciales y de funcionalidades que espían y maniatan a los usuarios. El software libre da inicio a un proyecto cooperativo de considerables proporciones. Es una herramienta de lucha contra la brecha digital. Distribuido con su receta de fabricación, se puede estudiar su funcionamiento, se puede reutilizar y compartir. El modo de desarrollo colaborativo vía internet facilita la transmisión de conocimientos y su amplia difusión. Con el software libre tenemos el control de nuestros sistemas informáticos en lugar de ser controlados por ellos.
Un reto económico
El software libre permite una mayor independencia y un mejor control de los costos de mantenimiento y desarrollo interno. Encuentra así perfecto encaje en una economía dinámica y competitiva. El número de empresas que lo utilizan no cesa de crecer en todo el mundo. Accesible a todos, favorece la innovación al permitir que nuevos actores se pongan en marcha con pocos recursos. A salvo del monopolio de los grandes agentes privativos, facilita políticas de desarrollo creativas y autónomas.
Un reto estratégico
Al no estar sujeto a restricciones de uso y carecer sus licencias de coste alguno, el software libre permite a los poderes públicos y a los responsables políticos mantener el control sobre sus datos. De este modo, desde hace muchos años, amplios sectores de los sistemas de información de Estados y comunidades se pasan al software libre. En un mundo en el que la vigilancia se ha generalizado, el software libre es un elemento esencial para proteger y conservar sus datos (archivos, fotos, vídeos…).